El Garrote Vil: Origen y evolución de uno de los instrumentos más terribles de la Historia de España
En origen se trataba de un estrangulamiento (foto 1). Con el paso del tiempo fue evolucionando hasta convertirse en el instrumento que conocemos hoy en día. Una de estas “mejoras” conocida como la catalana fue la que se impuso en España en el siglo XIX (foto2).
El adjetivo “vil” no viene de “malo” (aunque, podría), sino de la palabra “villano”, es decir, habitante de las villas. Según las leyes estamentales de época medieval, los nobles tenían derecho a una ejecución más limpia, como la decapitación mediante la espada. Los villanos no tenían esa suerte, sino que eran ejecutados mediante un garrotazo y posteriormente mediante estrangulamiento, aunque siguió llamándose GARROTE VIL.
Demos un salto al siglo XIX. En 1832, nuestro rey favorito (ironía), Fernando VII, decidió cambiar la sencilla horca por el garrote vil como método único de ejecución para la gente del estado llano. ¿La razón? Por lo visto, la horca se consideraba cruel ya que había que esperar a que el ajusticiado se ahogase, y eso tardaba, así que se creyó que el garrote daría una muerte más rápida y más “piadosa” porque, además del corbatín que es el collarín de metal, un tornillo de metal salía simultáneamente de la parte de madera con un clavo de hierro que te penetraba por las vértebras (foto 3). Tiempo después, en Inglaterra se desarrolló la horca de caída larga en la que el cuello del ajusticiado se rompía al caer. Muerte más limpia imposible, pero en España no se adaptó y el garrote vil continuó vigente 142 años más.
Aunque cueste de creer, el último ajusticiado mediante garrote vil fue, en términos históricos, antes de ayer. El último ajusticiado mediante este método fue el anarquista catalán, Salvador Puig Antich, ejecutado el 2 de marzo de 1974 en la prisión barcelonesa La Modelo. Sin embargo, la última sentencia fue en el año 78, pero no se llegó a cumplir. Ese mismo año, se redactó nuestra actual constitución que prohíbe definitivamente la pena de muerte.
Autora: Cristina Hidalgo